
Las palabras escasean, pero la música no.
Solo mangas punteadas podían verse mientras cada uno de sus pies livianos se alternaban, deslizándose al compás de una polonesa de Chopin.
Silencio, un pajarito canta en su nido de Santo Domingo sin número. Silencio, el pajarito colorea silencios bailantes. Silencio, éste siempre es interrumpido. Silencio, las mangas punteadas se detienen.
El tiempo corre al son de mi juego con el reloj de la abuelita Adriana; de un lado a otro las manecillas giratorias se burlan de la inmovilidad de aquellas mangas que antes veían pasar a la ciudad nublada con musical respingo. Y ahora la ciudad presencia la caída. Luego, despojos.