sábado, noviembre 24, 2007
sábado, noviembre 17, 2007
Tengo completa noción del tiempo. Manejo minutos y segundos al dedillo, y de reojo, por si las moscas, lo corroboro con el aparato digital de mi teléfono celular.
Puedo decir, sin temor a equivocarme, que llevo dos horas, siete minutos y diecinueve segundos con la mirada estrabista evadiendo esta misma, única y atorada página inerte; suponiendo que esta maldita postura impuesta de silla en escritorio terminará por pasar(me) y poner(me), porfín, directo al camino de la destemporalización, directo a lo insípido de esta única lectura a la vez, que no sea ya la del reloj, sino que la de la página dichosa que aguarda paciente en su pedestal de criptonita.
Puedo decir, sin temor a equivocarme, que llevo dos horas, siete minutos y diecinueve segundos con la mirada estrabista evadiendo esta misma, única y atorada página inerte; suponiendo que esta maldita postura impuesta de silla en escritorio terminará por pasar(me) y poner(me), porfín, directo al camino de la destemporalización, directo a lo insípido de esta única lectura a la vez, que no sea ya la del reloj, sino que la de la página dichosa que aguarda paciente en su pedestal de criptonita.
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